Trabajos ruines II




Medicina

ANSELMO PERALTA



Se decía vagamente pampeano, pero cuando lo visitaban viejos amigos o parientes lejanos siempre eran correntinos. Lo conocí siendo yo niño por los pagos de Germania, en el noreste de la provincia de Buenos Aires, alrededor de 1950.  Aquellos pobladores  no eran preguntadores de los pasados, se creía que había pertenecido a la banda de Juan Bautista Bairoletto, quizá el último bandido romántico de la pampa, de mejor moralidad que la policía de entonces. Peralta, con nieblas anarquistas en su cabeza al igual que Bairoletto era muy hábil en las tareas del campo, ordenado y servicial gozaba de buena fama. Nadie de esas características eran denunciado por la buena gente a las autoridades.

Se había hecho diestro en curar animales y a falta de veterinarios su campo de acción era extenso. Curaba el agusanamiento de los terneros en el verano, sobre todo de los recién nacidos, en los caballos sabía dar vuelta la pisada con un cuchillo, y se decía que de ese modo caían las pupas de las moscas en los animales atacados, etc. Destacaba, sin embargo Peralta en el arte de ayudar en el parto de las yeguas cuando el potrillo próximo a nacer era demasiado grande y se atascaba en el tubo vaginal.

Peralta se arremangaba el brazo derecho hasta la axila y lo introducía en la vagina. Allí dentro, por el tacto buscaba las patas traseras del nonato y forzaba  el estiramiento de las patas del potrillo hasta que las sacaba al exterior. Con mucha suavidad ceñía ambas patas con una manea, una tira de cuero rematada por una argolla de hierro, y comenzaba una prolongada extracción al ritmo de las contracciones de la madre. A veces se necesitaban dos hombres fuertes para que forzaran la salida del potrillo de todos modos el tamaño del nuevo hijo solía rasgar el cuero y algo del los músculos vulvares de la yegua. Nacido el potrillo Peralta cosía con una aguja curva de acero el cuero y los músculos de la madre,  sobre la herida aplicaba un parche de lana de oveja embebido en acaroína como desinfectante, y fijaba la sutura y el apósito con bosta de vaca fresca que al secarse actuaba como adhesivo por unos días, lo suficientes para proteger la cicatriz inicial.  A las pocas horas yegua y potrillo caminaban  juntos.

Esta habilidad tersa de Peralta no pasó desapercibida para  el Doctor Alfredo Donatti muchacho  astuto de la periferia de Buenos Aires que a trancas y barrancas se había recibido de médico en La Plata y había decidido establecerse como médico rural en General Pinto donde vivía su hermana casada con el farmacéutico. Donatti estaba formando una masa de sinergia con su cuñado y en dos año comenzaba a ser prósperos y a seleccionar  a la hija del estanciero mas conveniente con quien casarse..  Cultivaba un perfil social respetable y mesurado, pero en su arcón de trajes de disfraces de pícaro de pueblo, podía encontrar tanto los lentes para ser serio, como la espada del Zorro, si era preciso. En su automóvil más o menos nuevo una vez al mes recorría caseríos,  almacenes, fondas en la zona donde lo esperaban sus pacientes. Curaba la tos persistente de los chicos, el sarpullidlo de las adolescentes, una gonorrea accidental de un peón que le confesaba pudorosamente”me llora el amigo…”. Seguía los embarazos de las paisanas, y cobraba igual en pesos, que en gallinas y escabeche que le daban los que no tenía plata para pagarle.

En la fonda de los Hermanos Fonseca de Germania  escuchó de la fama de Peralta, y escribió su nombre y su historia  en la “esquina del ojo con un  alfiler de plata”, como dicen los turcos. Antes de seguir viaje le dijo al menor de los Fonseca: “Decile a Peralta que el mes que vine lo quiero saludar”, y ni él mismo sabía en ese momento porque razón quería conocerlo. A los treinta días cuando lo saludó a Peralta ya tenía una idea, de no mucho voltaje, encendida en una habitación desolada de su cerebro,  colgada con un cable del porta lámpara, que se balanceaba sin premura.”Me han contado sus historias y lo felicito. Me han dicho que tiene buena mano  curar animales y fíjese  Ud.   que no hay mucha diferencia entre lo que hacemos los dos. Por eso le propongo que trabajemos juntos.” Peralta lo miraba sin salir de su sorpresa: que un doctor viniera a proponerle trabajar juntos era algo que nunca había esperado.

“Yo lo nombro “Ayudante”, y me anota las visitas que tengo que hacer cuando vengo, a los que debo atender en la fonda o me manda un telegrama por el ferrocarril si se me precisa para algo de apuro. Yo desde General Pinto le traigo los remedios de veterinaria que Ud. precisa, vendajes,  anti parasitarios, etc.  Hay ventajas para los dos..” No le dijo nada de su idea principal, pero primero quería probarlo en lo que le había anunciado.

A los tres o cuatro meses le disparó el cañonazo al estómago. “Sé que Ud. es hábil ayudando a parir a las yeguas. Entre las mujeres se da el mismo problema, chicos muy grandes para nacer con comodidad.  ¿Se anima Ud a ayudarme en esos partos? A veces la madre es muy chica para la cabeza del bebé, o viene de nalgas o cosa parecida, y hay que ayudar a la madre. Podría buscar una comadrona, pero no me gusta trabajar con mujeres, prefiero un enfermero. Le traigo un delantal blanco, guantes de goma y todo eso. Sobre todo, (y encendió la mecha) en aquellos caso que el chico, es ancho de hombros se traba y no quiere salir”. Peralta se hacía cargo de la situación: “Y en esos caso, qué se hace Doctor”.  El médico lanzó la bala: “Bueno llegado el caso hay que quebrarles a los bebes la clavícula, doblarla ligeramente hacia adelante, y nace con facilidad…”

Donatti lo quería para fracturar las clavículas de los bebés. Oficio que no despierta mucho entusiasmo generalmente. La sociedad funcionó. Se formó una dupla en la que Peralta amplio su horizonte laboral. Por romper eso huesitos Peralta cobraba más que hacer nacer cuatro potrillos.  Le gustaba el delantal blanco, los guantes, más tarde el barbijo y lavarse las manos con alcohol. Las paisanas lo aceptaron con normalidad y se transformó, Peralta, en otro aportante a la masa de sinergia ahora compuesta por un farmacéutico, un médico clínico, un enfermero incipiente que también era veterinario circunstancial. 

“¿Y Doctor, como anda la patrona…?  De paso, le puede decir a Peralta que me mire la chancha, me parece que tiene sarna en las tetas?”  Regresaban juntos al pueblo en el coche del Doctor.

Al tiempo de conocerlo a Peralta un día le pregunté si le gustaba el trabajo y me respondió: “Al comienzo no, pero después uno se acostumbra, y cuando más tarde uno ve la felicidad del chico, la de la madre, etc. le encuentra otras cosas. A los chicos no les duele nada, los huesitos, se quiebran de nada, se rompen haciendo poco ruido, como un cartoncito que se quiebra. Después de la quebradura algunos chicos rebeldes se resisten a que uno les doble el bracito para adentro. Son los menos.”

De todos modos y a pesar de las justificaciones médicas, la dureza de algunas decisiones inevitables, etc. ser quebranta huesos de no natos no es algo para sentir orgullo.  Es un trabajo ruin.




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