Trump y sus derivadas

Por: Horacio Lenz

Trump es resultado de los efectos no deseados del capitalismo global. Entre sus consecuencias negativas figura la deslocalización de factorías industriales desde los Países centrales a áreas de la periferia de América, Europa del Este y Asia. La intención de esta política es aprovechar el bajo costo de la mano de obra y en el sector  automotriz, específicamente, la producción de autopartes a escala global. Este nuevo modelo de producción en la industria le quitó competitividad a EE.UU. que mantuvo el viejo sistema de producción en cadena.

 Las administraciones de los ex presidentes Bush y  Obama venían observando estas dificultades que generaban una disminución de la mano de obra industrial en los Países Centrales. Por esa razón, ya en el periodo de  Obama se desarrolló una  política intensiva  hacia las energías alternativas y el Shale Oíl, por tres razones estratégicas:

1.     No depender del Petróleo de Medio Oriente. Esto lo generó desequilibrios en su política de la región, principalmente con Arabia Saudita, que veía una retirada sobre esa área.

2.     Autoabastecerse de energía, bajar costos, reagrupar y reconstruir la industria manufacturera en EE.UU.

3. Desarrollar energías limpias favoreciendo el medio ambiente y desregulando su generación y transporte. El sector produjo inversiones por más de 300 mil millones de dólares en el último quinquenio.

Al ex presidente Barack Obama no le alcanzó el tiempo para semejante cambio y entró al ciclo electivo presidencial con este déficit laboral en el sector industrial. Se sumó a esto un sin número de dificultades internas en el partido de gobierno, además, una candidata (Hillary Clinton) que no concito el fervor  del electorado más “liberal” de su partido. La derrota de los demócratas fue notoria en sus viejos bastiones electorales.

Trump se montó, entre otras cosas, en este problema de mano de obra industrial desocupada. Ganado en los Estados del Noroeste, de perfil industrial (Pensilvania e Illinois) e históricamente soportes del Partido Demócrata. Zona denominada hoy el cinturón oxidado, producto de la cantidad de fábricas cerradas que abundan en el paisaje.

Se puede decir que la agenda Trump es muy conservadora  al interior y proteccionista hacia afuera. Una combinación que nunca tuvo que ver con EE.UU., por lo menos en las últimas décadas. Se pueden dar una de las variables, pero nunca las dos juntas. Con Ronald Reagan , por ejemplo,  fue un gobierno conservador hacia dentro, pero cooperativo a nivel mundial. Llevando adelante una reconversión industrial acelerada,  desarrollo tecnológico, apertura económica y un aumento considerable de la inversión militar de carácter cooperativo con los aliados occidentales.

En la agenda migratoria la nueva administración tiene una vocación determinada, pero se puede transformar en un arma de doble filo. Es respaldada por sectores refractarios a las migraciones, pero desde lo económico hay que tener en cuenta que esta  población proveniente de México y Centroamérica mayoritariamente aporta mano de obra generosa al complejo agroindustrial en los Estados de California, Texas, Nuevo México y Arizona. China es otro contrincante industrial de EEUU  con una ventaja demográfica, producto de elasticidad de su oferta de mano de obra, además de ser mayor tenedor de títulos deuda de los EE.UU.

Plantearse una guerra comercial con China es  entrar a un desfiladero peligroso, porque las guerras comerciales generalmente terminan en conflictos de índole bélicos. La respuesta de China, a los comentarios de Trump (antes de asumir) sobre el comercio y al reconocimiento de Taiwán, fue un ejercicio militar con portaviones en el Mar Meridional. A su vez, escaló el conflicto por dos vías: por un lado al hacer público el desarrollo de islas artificiales como plataformas para ampliar su mar continental, respaldándose en las 200 millas que dan soberanía en el derecho marítimo internacional. Y, por el otro, al profundizar el discurso de libre comercio, que manifestó el Presidente Xi Jinping en la última reunión Davos.

Trump ya está gobernando con una sociedad y una  estructura institucional dividida. La última reunión en Filadelfia con los parlamentarios de su partido, convocada por Paul Ryan (presidente de la Cámara de Representantes) fue un primer ejercicio de límites que le puso el sistema político. El debate se focalizó en las cuestiones del NAFTA. La preocupación manifiesta de los parlamentarios es que una rediscusión del tratado podría ser perjudicial para muchos, ya que 28 Estados de la  Unión exportan el 70% de su producción a México y Canadá.

Para el  frente del  Océano Pacifico manifestó su intención de rever el Tratado Transpacífico (TTP) que fue firmado por unas series países, menos China. Rompiendo este  tratado, Trump perjudicaría a los países firmantes, no a China. Con esta política le entrega el Pacífico a los orientales, perdiendo EE.UU. control marítimo del área, que ejerce de modo monopólico desde la victoria sobre Japón en la Segunda Mundial.

Ante estas acciones del Presidente Trump, se puede conceptualizar que su idea es volver a la discusión de los temas  entre estados soberanos, sin intermediación de ninguna índole. Cabe la posibilidad también que sea una estrategia llamada del “bandoneón”: “Me contraigo un momento, para luego expandirme con más fuerza y dimensión”. Si se materializa este interregno de contracción sobre sus propias fronteras, dejará espacios vacantes que otros ocuparan y determinará la influencia geopolítica. Un comercio de menor amplitud geográfica dará como resultado una influencia política de escala similar.

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