¿Un programa, un acuerdo, un tapado?

Por: Carlos Leyba

Distinguidos colegas, ortodoxos, insisten en que están dadas las condiciones para un inmediato despegue de la economía argentina.

Es más, hay quién afirma que finalmente estamos ante una nueva gran oportunidad.  

No es que el precio de la soja de señales de rápido crecimiento o que Brasil, creciendo, se constituya en una suerte de motor para nuestra economía. No. Eso no está.

Y sin embargo esos prestigios colegas ortodoxos y otros que no son tan ortodoxos, sostienen que en definitiva las condiciones actuales son estimulantes.¿?

Claramente todos los demás tenemos la sensación, más que de oportunidad, la de estar en un pantano.

Como sabemos si hacemos fuerza, para salir del pantano, bien puede ser que esa propia fuerza nos entierre más.

Esas son las condiciones objetivas de haber caído en un pantano. ¿Por qué sería una oportunidad?

En esas condiciones de “entierro”, por ejemplo, lo que ayuda es tener un malacate. Una fuerza de motor interior que funciona con la ayuda del árbol, del poste, lo que está afuera y firme.

El malacate funciona con el motor que está adentro pero con el “punto de apoyo” que está afuera.

¿Cuál es ese punto de apoyo al que atar el malacate si es que lo tuviésemos?

En el pantano de la crisis de 2001/2002 el malacate fue la devaluación brutal que produjo el mercado; y el motor los precios de las exportaciones; el favor de los términos del intercambio. Único en cien años. Y el default heredado que congeló el pago de intereses.

El pantano se secó con las retenciones que mejoraron las cuentas públicas hasta llegar al superávit único y con los ya mencionados términos del intercambio se generó un saldo de balanza comercial al que se sumo el regreso de capitales fugados que le pusieron nafta al motor. Y salimos.

No uno sino varios motores y puntos de apoyo externo se alinearon para que salgamos del espantoso entierro en que nos había sumido la irresponsabilidad de la convertibilidad con déficit fiscal más endeudamiento impagable por haber financiado, con importaciones, la destrucción del aparato productivo.

Salimos. Sin rumbo y al socaire. Y aquí estamos.    

Pero los colegas ortodoxos – no sólo ellos ya que algún que otro respetable colega alineado en algunas heterodoxias – sostienen que Fernández, de alguna manera, no la tiene tan mal.

Dicen los colegas que a Mauricio Macri, que si bien hizo todo mal, la herencia que deja le salió bien. No por las buenas razones sino por las malas.

La herencia que deja el macrismo, para estos colegas, es una oportunidad que Alberto debe aprovechar. O puede desperdiciar. El tipo, dicen, recibe una oportunidad.

Sí, dicen, las cosas no están bien; pero son una oportunidad única para despegar.

Es decir si mañana estamos peor, no es porque la herencia del macrismo fue espantosa, no, no. Es porque Fernández no habrá hecho bien las cosas. Suena raro.

¿Suena como contrafuego para que no se queme el prestigio de las ideas “pro mercado” que defendió el equipo PRO? Dirán “después de todo Mauricio dejó una oportunidad”.

Dicen esos colegas “sólo haría falta la puesta en marcha de un programa macro económico consistente para comenzar un período de ordenada expansión”.

 “Mauricio hizo la tarea sucia y ahora procede sacar los puntos de la herida”.

Si se hace bien nos dan de alta y si se hace mal nos desangramos y morimos por inanición.

Será responsable el que habrá de sacar los puntos después del 10 de diciembre.

No nos vengan – parecen decir - con que el cirujano Mauricio le pinchó los pulmones, le sacó el corazón y por si acaso le extrajo el hígado. Porque sólo había que sacar los puntos de las heridas: una oportunidad.

El futuro, según ellos, promete. La promesa está en las manos del nuevo gobierno.

Esta mirada, de profundo optimismo sobre la herencia, se sostiene a  pesar del estado de crisis en que navegan “los mercados”, a pesar de la penuria que sufren los ciudadanos de a pie y a pesar de la zozobra que desvela a los empresarios.

No son pocos los analistas ortodoxos que exponen que la prosperidad de los más, la calma de los dueños del capital y el equilibrio de los mercados están preparados para amanecer.

Sólo, repiten, hace falta un programa macro consistente que disipe las sombras y el  equilibrio, prosperidad y calma, vendrán por añadidura.

Además de un programa, dicen, está la necesidad de un “equipo” que genere “confianza” y elimine el riesgo de las vacilaciones. Difícilmente, para ellos, ese equipo sean los nombres que suenan o que sonaban.

Este comentario no es producto de una noche de ensoñaciones. Es el resultado de la escucha atenta de no una sino de varias exposiciones de colegas ortodoxos que, seguramente, habrán llegado a los oídos de Alberto.

Tal vez ahí radique el silencio y la calma que trasuntan los mensajes del futuro equipo.

¿El silencio oculta la sorpresa y la calma del pulso del cirujano, tranquiliza al paciente?¿Los ortodoxos saben quién es el “tapado”?

Los colegas ortodoxos señalan que la herencia es óptima para salir; y que la responsabilidad por el resultado es de los que entran y no de los que salen.  

¿En qué se basan? Ellos señalan las potencialidades que ofrecen los superávit gemelos (externo y fiscal primario) y las capacidades ociosas y el desempleo.

Como todos sabemos los superávit gemelos son una rara avis en la historia argentina. Es bueno calificar la idea de superávit.

Por ejemplo un gasto público que pudiera definirse como un óptimo es el que procura los bienes públicos para toda la ciudadanía y en el que, además, la tributación que lo financia esta lejos de constituir una carga inequitativa y pesada, y es un ejemplo de equidad y de devolución en beneficios y bienestar, digamos Dinamarca.

Puede producirse en ese caso un superávit admirable. Pero si el gasto público no es eso y la tributación es una desalentadora carga que incita a la evasión, entonces, si hubiera superávit no sería “sustentable”.

Pero la verdad es que no tenemos superávit fiscal. El gasto público, pésimo, apenas se financia con los tributos desordenados y ridículos, como las retenciones a la exportaciones industriales puestas por Macri incluso para exportar al Mercosur!!!!.  

Pero además no hay superávit porque la carga de intereses lleva el déficit verdadero al 5% del PBI. ¿Los colegas no hacen la cuenta?

No hay superávit a nivel de la cuenta del almacenero: lo que sale es más de lo que entra. ¿Por qué sería esto parte de una oportunidad?

El otro superávit que los colegas ponderan, como otra parte de la oportunidad, es el superávit comercial externo, que es voluminoso. Sí.

Pero no es la consecuencia de un boom de exportaciones que habría permitido lograr un excedente por encima de las importaciones derivadas del pleno empleo de los recursos productivos. Todo lo contrario.

Las exportaciones difícilmente superen los 65 mil millones de dólares.

Esto es una caída de 20% en dólares respecto de los 82 mil millones de dólares de 2011.

Lo mas curioso es que, siendo la clave de las exportaciones el sector primario, la caída respecto de hace 8 años ocurre con una cosecha récord y un dólar que abandonó el atraso.

La explicación, para un saldo de casi 15 mil millones de dólares en la balanza comercial, hay que encontrarla en el derrumbe de las importaciones producto de la mega recesión en la que vivimos.

Justamente una enfermedad que si la curamos se lleva puesto el superávit por caída de importaciones en menos que canta un gallo.

Parte de las condiciones para el inmediato despegue son, a criterio de esos colegas, la existencia de los “superávit gemelos” -que no son tales – y las capacidades ociosas del aparato productivo industrial y el enorme desempleo.

Que la capacidad ociosa es monumental y el desempleo, subestimado, gigantesco, no hay duda.

Pero lo que se avecina es que los términos del intercambio no apuntan a mejorar y Brasil, el comprador de industria, está muy lejos de ofrecer un panorama alentador.

Es dificil imaginar – sin una política ad hoc – un salto en las exportaciones.

Nadie – sin unas zanahorias super – puede imaginar inversiones que cambien el panorama.

Y las políticas pro consumo, sin una economía de control, son leña en una hoguera de precios que deja el PRO y que se aproximan al 60% anual.  

La base es que el PBI por habitante de 2019 será 11% inferior al de 2011.

Pero además, en estas condiciones, la reproducción de la pobreza y la derivada necesidad de aumento del gasto público, para impedir que se convierta en indigencia, son fenómenos inevitables.

Los colegas ortodoxos llaman a estas condiciones “la oportunidad” a la que sólo hay que agregarle un programa macro consistente y para adelante. Nada de control.

Obvio suponen una negociación exitosa de la deuda con acreedores privados y un nuevo acuerdo con el FMI.

Con esas condiciones, para ellos, se da todo el potencial de ese inmediato despegue.

Es difícil imaginar – sin una política ad hoc – un salto en las exportaciones.

Nadie – sin unas zanahorias super – puede imaginar inversiones que cambien el panorama.

Y las políticas pro consumo, sin una economía de control, son leña en una hoguera de precios que deja el PRO y que se aproximan al 60% anual.

Nada de lo necesario es amigo de la ortodoxia.

No parecen ser estas las condiciones ideales para empezar a resolver el problema sólo con un programa macro consistente. La ortodoxia como política ofrece demasiado poco.

Y sin embargo los ortodoxos ofrecen un diagnóstico optimista que responsabiliza del eventual al fracaso al futuro elenco.  

La presente calma de los mercados es inspiradora de esos optimismos. No precisamente en los votantes o correligionarios de Fernández o de Cristina, sino en profesionales que no le asignan virtudes a ninguno de los dos. ¿Hacen el diagnóstico para señalar que la herencia es óptima para una salida del pantano?  

Además del diagnóstico de las potencialidades que ofrecen los superávit gemelos y las capacidades ociosas y el desempleo, nuestros colegas incluyen la necesidad  simultánea del programa consistente más la negociación exitosa de la deuda del Estado Nacional con acreedores privados y un nuevo acuerdo con el FMI.

Ese acuerdo implica completar el desembolso de los saldos del crédito otorgado más una extensión de facilidades todo lo que sería compatible  con la capacidad de pago del país que estará determinada por las proyecciones del resultado a futuro de esa macro economía consistente.

En las últimas horas, mientras los nombres que se mencionaban para ministro han resbalado, ha surgido el rumor del “tapado”: alguien que nadie espera.

Los que merodean y forman la “cima” del poder de Alberto, han sostenido desde el comienzo que el “ministro” debería ser alguien que impusiera una línea de  respeto, alguien con autoridad propia capaz de provocar respeto y adhesión.

Primero en todos los miembros del gobierno (funcionarios, legisladores, gobernadores). Que generara una “confianza” desnuda en los “factores de poder” (grandes empresarios, dirigentes sindicales). Una “esperanza” en la dirigencia de los movimientos sociales.  Y – fundamental – la seguridad de una personalidad solvente y criteriosa a los ojos de los acreedores y del staff del FMI.

Hasta ahora ese nombre no está. No describe la relación que imaginamos con los nombrados con más frecuencia.

Aparece en las últimas horas el nombre de Emanuel Álvarez Agis, que hoy oficia de consultor financiero; y el reiterado de Roberto Lavagna.

El primero no quiere dejar una exitosa carrera privada. El segundo ha dicho que jamás volvería al kirchnerismo con el que compitió mientras abandonaba el camino de su protegido Sergio Massa.

Sin embargo Lavagna es el candidato de Cristina al ministerio de Economía. No sabemos si por amor o por venganza.

Lavagna, cuando compitió contra Cristina en nombre de la UCR, después de la derrota en la que acumuló 5 millones de votos, volvió a la Quinta de Olivos a reunirse con Néstor en un gesto de dejar de lado el enfrentamiento electoral.

Una buena razón, un buen antecedente, para pensar que se pueda repetir la misma escena: Lavagna – después de haber logrado millones de votos – volviendo a reunirse con Alberto y Cristina. ¿Ministro? Difícil.

No hay Lavagna sin Remes; o lo que es lo mismo con la economía ya en marcha.

No es descartable que se una al gobierno. Puede ser muchas cosas, presidir el Consejo Económico y Social o cómo se llame o Canciller o Embajador.

Difícil sea ministro: las segundas versiones nunca fueron buenas.  

Entonces no parece que ninguno de los dos sea el “tapado”.

Todos se preguntan quién será el ministro y ahora, cuando los conocidos parecen que no son, la pregunta es ¿quién es “el tapado”?

Ese nombre es cada vez mas importante porque hasta ahora Alberto no sugiere un programa ni cómo definirlo.

La realidad es que si Alberto no ofrece un programa convocante, integral; o si alternativamente no construye un consenso, un pacto, la pregunta que se impone es ¿cómo aunar, juntar, convocar a coincidir a funcionarios, legisladores, gobernadores, grandes empresarios, dirigentes sindicales, movimientos sociales, acreedores y staff del FMI?

La respuesta nueva es: “debe ser un tapado”.

Alguien que no es uno de los que circulan. Alguien que sorprenderá por su solvencia acreditada en el mundo.

Alberto no ha dado a conocer hasta ahora ni una punta de un programa.

Puede que exista y este guardado bajo siete sellos. Tal vez.  

Tal vez la idea es que el programa se negocie través de un acuerdo y – por lo tanto – ese acuerdo debería estar ya en marcha.

Los días pasan sin programa anunciado ni acuerdo sugerido.

Es difícil que, empezando el lunes, antes del 10 de diciembre se geste un acuerdo.

La forma en que se presentó el Consejo acerca del hambre es indicativa de un estilo que no sugiere una concepción del tipo “acuerdo programático”.

Sin programa y sin acuerdo para concertarlo, es lógico que haya surgido la idea “Alberto tiene un tapado”. Una personalidad descollante que pone todo en línea por su sola presencia.

Sea el programa, sea el acuerdo, sea el tapado, lo que no cabe duda es que es muy difícil llevar a cabo una política que no cuente de partida con el favor de la propia tropa política, los factores de poder y la anuencia de los acreedores y del FMI.

Sin esa “confianza” todo es más difícil.

Creo que, además, es necesaria la anuencia de una parte sustantiva de la que hoy es oposición: el radicalismo y los peronistas del PRO, que no son pocos.  

Recuerdo que la candidatura de Alberto Fernández fue embarazada el mismo día que CFK presentó su libro. Ese día agradeció a Alberto la idea y mencionó, por primera vez, elogiosamente en boca de un ex presidente peronista (C. Menem, E.Duhalde, N.Kirchner y CFK) el Pacto Social del 73 y ese día empezó la gestación de la candidatura.

Fue la primera vez que se reivindica el programa de Perón del 73, claro que sin nombrarlo. Se lo mencionó a Gelbard y era el programa de la tercera presidencia de Perón. Pero sin nombrarlo se recuperó el legado de Perón en sus últimos días en la Argentina, los años del retorno.

Duhalde solía aludir al Pacto de La Moncloa y jamás mencionó el Pacto Social del 73.  

Ni rastros de Perón había en el discurso de 10 años en la presidencia de Menem; y por cierto Néstor y Cristina se crispaban cuando se lo mencionaba al General.

Por eso Cristina habló del Plan Gelbard, ignorando que ese programa nació de la amistad política de La Hora del Pueblo (1970), de las posiciones económicas del documento de la CGT de JI Rucci (1972) y de las Coincidencias Programáticas de 1972.

Tal vez por esa mención pensamos que Alberto se inclinaría por un acuerdo al estilo Perón 1973.

En principio debemos descartarlo porque no lo está construyendo de la manera en que Perón lo hizo. Los pasos fueron primero la amistad política y aquí y ahora eso no está pasando más allá de los elogios de ocasión a Raúl Alfonsín.

A la amistad, en aquél proceso, sucedieron las coincidencias en una propuesta programática de fondo, con los partidos y los sindicatos y las empresas. Tampoco hasta ahora se está en eso.

Tercero, una vez en el gobierno, el Pacto de política de ingresos, las leyes básicas y su envío al Congreso. Difícilmente se den esos pasos antes del 10 de diciembre.

Entiéndase que no es lo mismo “coincidir” si una de las partes es la que tiene el poder de decisión y no están todos en el llano. ¿Un contrato de adhesión?

El Pacto del 73 es el hijo de dos años de discusión y consenso en el llano.

Alberto no tiene porque saber que fue así y mucho menos tienen que pensar que eso sirva hoy.

Por otra parte lo mas probable es que no lo hagan.

Hay – por cierto – otras maneras de gobernar.

Alberto puede anunciar su programa antes del 10 de diciembre. O bien después. Pero lo que no hay duda que cada día que pasa aumenta la incertidumbre.

Estamos en una calma inesperada. Una calma estable o bien una que anuncia la tormenta. No lo sabemos.

Hoy el indicador de incertidumbre no parece estar aumentando. Y eso es muy bueno.

Pero no es menos cierto que el desgaste de los nombres ministeriales en juego no contribuye a fortalece la certidumbre.

De ahí que la gran, gran, jugada sea “el tapado”. Cristina hizo esa jugada del “tapado” con Alberto y ganó.

El “tapado” paga. ¿El tapado para la economía existe?

Imaginemos un economista de prestigio académico en el mundo, sobretodo en los organismos internacionales y entre los hombres de las finanzas. Un economista argentino facilitador de la deuda.

Uno que ha considerado que ser “ministro de economía” bien puede ser la coronación de una carrera llena de lauros.

Y uno que no tiene miedo a asumir el ministerio en un momento de crisis descomunal como el presente porque casi fue ministro en 2002 después de Jorge Remes.  

Un economista, de la corriente académica principal, que ha dicho que el peronismo, como gobierno, es mejor que el PRO para administrar y salir de una crisis.

Alguien que le ha clavado banderillas de matador al cuero de Nicolás Dujovne que ha dejado muy mal parada a la profesión luego de su periplo ministerial .

Le tiro un nombre que cubre todas esas características: Guillermo Calvo.

Con ese tapado como ministro los Bonos argentinos volarían … por un rato al menos.

Nada malo para empezar y después vemos: una tradición nacional.

Pero hay otro argentino, menos notable, alineado con el Premio Nobel Joseph Stiglitz que es Martín Guzmán. Martín, economista platense, ha visitado la Argentina y expuso con otros economistas en el Senado cuando se trataba el pago de los holdauts al principio del gobierno Macri.

Guzmán sostiene que por dos años no hay que pagar ni capital ni intereses, que no hay que pedir recursos al FMI para cancelar deuda a inversores privados; y al mismo tiempo entiende que no podemos caer en default; y que estas condiciones hay que lograrlas antes de marzo de 2020 y que las condiciones de la negociación deben cumplir la condición de sustentabilidad de la deuda y crecimiento a la vez.

Stiglitz – y seguramente Guzmán también – no asegura buena “onda” en el FMI y en los mercados. Eso lo diferencia de Calvo.

La propuesta de Guzmán respecto de la deuda es optimista y tal vez sería la misma que la de Calvo.

La cuestión es conseguirla: mucho plazo, sin pagar nada de default y compatibilización de servicios de la deuda y crecimiento. Guzmán lo pide. Pero Calvo lo habilita.

Uno y otro podrían ser. No hay ningún dato que siquiera lo insinúe.

Pero lo que no hay ninguna duda es que el tapado o cualquier ministro tiene que conducir el tema de la deuda con urgencia y solvencia; y además poner en marcha la economía, ordenar los precios relativos, mejorar de inmediato las exportaciones y poner en marcha la inversión.

Nada de eso se alcanza sólo poniéndole “plata en el bolsillo a la gente”.

En estos tiempos hay que hacer fuerza para que Fernández no sea sometido a la tortura de Túpac Amaru: la deuda externa, la deuda social, consumo de la clase media, generar exportaciones e inversiones, todo a la vez. Es lo más parecido.

Pero hacer fuerza en el pantano de nada sirve si no hay una fuerza externa que nos ayude: malacate con motor interno o ese motor exterior que por ahora no lo avizoramos.  

Un programa que entusiasme, un acuerdo que garantice y un ministro, tapado o no, que articule una política, no son una garantía, pero son una necesidad. Y si lo necesario no es posible no salimos del pantano.


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