Una lectura de la Polarización política desde la teoría de la Selección de Grupos

OPINIÓN. ¿Occidente precisa una gran amenaza ‘externa’ para conducir el conflicto de clases por carriles civilizados? ¿Se puede alcanzar una escala de cooperación superior sin atravesar por desafíos existenciales mayores?

Por Eduardo Crespo, Tiago Appel y Gonzalo Fernandez

(Integrantes del Grupo Geopolítica y Economía desde el Sur Global). 

Los consensos políticos y las complicidades ideológicas que siguieron a la caída del Muro de Berlín pertenecen al pasado. Aunque la ausencia de acuerdos elementales siempre fue moneda corriente en países subdesarrollados, después de la segunda guerra mundial para las sociedades avanzadas de Occidente las desavenencias fundamentales y el fanatismo aparecían como asuntos relegados a documentalistas e historiadores. La violencia parecía suceder en los márgenes del sistema y las guerras patrocinadas por occidente eran naturalizadas como intervenciones policiales sin mayores consecuencias sobre resto del planeta. La democracia, el libre mercado y la globalización eran pensados como instituciones incuestionables, ajenas al tiempo, fórmulas imperecederas. Ese clima de época terminó o agoniza entre nostálgicos. En Occidente crece la polarización y las reglas de juego están bajo sospecha. Las elecciones en EEUU, país líder y emblema de estos valores para algunos intérpretes, se convirtieron para muchos norteamericanos en un campo de batalla donde se decidirá el ‘destino’ de la civilización. Si el resultado es reñido, no debería sorprender que ciertos actores de peso opten por desconocer los resultados, denuncien fraude y hasta se atrincheren buscando imponer su voluntad.

Aunque ciertos juegos de poder, las llamadas “instituciones”, a veces puedan parecer inamovibles, siempre dependen de normas de conducta que pueden abandonarse con relativa facilidad. Varios trabajos publicados en las últimas décadas apuntan esta endeblez (1). Peter Turchin dice que las “Las sociedades complejas de gran escala son realmente frágiles”. Aunque desde una perspectiva cortoplacista y antropocéntrica esta fragilidad pueda parecernos un misterio incomprensible, los “colapsos de las civilizaciones” no deberían desconcertarnos. Desde un punto de vista evolutivo es más sorprendente que las sociedades complejas existan. No es sencillo explicar cuales son los mecanismos que permiten que millones de individuos no emparentados convivan diariamente con desconocidos, intercambien productos, se especialicen en tareas complementarias sin las cuales no podrían sobrevivir, aprendan unos de otros, cultiven amistades por décadas, reconozcan normas colectivas y hasta destaquen con actos de renunciamiento individual y puedan ser altruistas (2).

Aunque no existan políticas infalibles ni sortilegios institucionales que aseguren vínculos virtuosos en todo contexto, sabemos que las agrupaciones humanas suenen ser cooperativas y que convivimos mejor con nuestros semejantes que cualquier otra especie de mamíferos. El primatólogo Richard Wrangham, entrevistado sobre su último libro donde discute las paradojas del comportamiento moral (3), resume la idea apelando a una comparación con nuestros parientes más cercanos: “Si cogiera a 300 chimpancés que no se conocen y los encerrara ocho horas en un avión, muchos no llegarían vivos al destino. En cambio, los humanos conviven pacíficamente en un vuelo de larga distancia” (4). Cabe preguntarse, ¿por qué determinadas sociedades suelen ser más cooperativas que otras? ¿Por qué en ciertos contextos históricos se abandonan las reglas de juego que permiten la colaboración?

En las sociedades complejas las reglas imprescindibles para cooperar son objetos de disputa. En las pequeñas sociedades de cazadores y recolectores, o las comunidades de los primitivos floricultores, en cambio, las relaciones sociales se regulaban por el parentesco, la vigilancia implícita del chisme (5), los acuerdos cara a cara y los intercambios personalizados (6).  Hasta la aparición de los primeros Estados las agrupaciones humanas eran igualitarias y consensuales. Christopher Boehm apunta que nuestra especie, a diferencia de la mayoría de los primates, es instintivamente igualitaria (7). Las primeras armas rudimentarias, como lanzas o hachas, acabaron con la posibilidad de que un macho alfa se imponga a sus semejantes apenas por la fuerza, sin la mediación de aliados, persuasión, convencimiento y complicidades. El ejercicio del poder desde entonces solo podía sustentarse en base a coaliciones y consentimientos.

Si como sugieren algunos autores, estamos ‘cableados’ para la igualdad, ¿cómo aparecieron las sociedades complejas, las jerarquías y los Estados? Al contrario de lo que sugiere el contractualismo, estas organizaciones no surgieron de la asociación voluntaria de los individuos, ni del consentimiento espontáneo de grupos independientes. Fueron el resultado de la violencia organizada cuando ciertas tribus dominaron otras en contextos de circunscripción geográfica (8). Desde entonces la explotación y extracción de excedentes pasaron a formar parte de toda sociedad compleja, así como la existencia de jerarquías relativamente rígidas y hereditarias. En otras palabras, los humanos comenzaron a relacionarse en clases. En el largo plazo estas organizaciones tendieron a imponerse sobre los grupos igualitarios por razones de escala. Las sociedades complejas son más numerosas, cuentan con la ventaja de la división del trabajo, son más innovadoras y productivas, incluyendo la productividad fundamental en el arte de la guerra.

¿Cuáles son las condiciones materiales o ideales que hacen de ciertas agrupaciones humanas una ‘sociedad’? La palabra sociedad deriva del latín societas, compañía, asociación, compañerismo. Cualquier yuxtaposición de individuos en un territorio no es una sociedad. Se precisan denominadores comunes entre porciones significativas de sus miembros y consensos mínimos entre actores relevantes que viabilicen la adhesión al colectivo (9). Sin estas condiciones cualquier poder territorial centralizado es transitorio. Para lidiar con la complejidad inherente a una sociedad formada por grupos no emparentados y vinculados en jerarquías son necesarias ficciones organizadoras (10) y dispositivos específicos de cooperación que sustenten la cohesión social: creencia en dioses moralizadores (11), ideologías y movimientos intelectuales de aspiraciones universalistas como los originados durante la “Era Axial” (12), así como enemigos o amenazas comunes. La teoría darwiniana de la selección de grupos puede darnos una pista. En The Descent of Man (1871), Darwin ya había sugerido que algunas virtudes humanas, como la solidaridad y la capacidad de empatizar con los individuos no emparentados, eran el resultado de la selección natural que actuaba  no a nivel individual sino de grupo. En un conocido pasaje sostiene que “si bien es cierto que un alto nivel de moralidad no otorga una clara ventaja adaptativa a un hombre y su familia sobre otros hombres, no hay duda de que una tribu con muchos miembros dotados de un gran patriotismo, coraje, la fidelidad y la voluntad de sacrificarse por el bien común triunfarían sobre las otras tribus” (13). En otras palabras, mientras que el altruismo a menudo es penalizado por la selección individual, los grupos con más altruistas sobreviven mejor a cualquier desafío de naturaleza colectiva (14).

La trayectoria de Occidente durante las últimas décadas fue en sentido opuesto a las tribus vencedoras de Darwin. En el caso paradigmático de EEUU, por ejemplo, pese a que a nivel agregado el país cuenta con recursos y capacidades incomparables para mejorar las condiciones de vida de su población, el salario real masculino ajustado por inflación hoy es más bajo que hace 40 años. El empleado medio debe trabajar el doble de años que tres décadas atrás para pagar el precio de una vivienda promedio. Entre 1999 y 2015 la tasa de suicidios aumentó 24% y disminuye la esperanza de vida de los estadounidenses blancos de mediana edad (15). Estos no son los resultados de una economía paralizada ni de tasas de productividad reducidas. Por el contrario, desde la década de 1970 hasta la crisis de 2007 la productividad creció de forma progresiva (16). Estos guarismos decepcionantes no pueden entenderse sin tener en cuenta el escandaloso aumento de la desigualdad. El 1% más rico de la población volvió a apropiarse de una porción del ingreso nacional equivalente a la que obtenía antes de la segunda guerra mundial (17). En 2017 los asalariados comenzaron a pagar tasas impositivas más elevadas que inversores y grandes propietarios (18).




Algunos interpretan que la polarización es alimentada por las burbujas de internet. Éstas acentúan sesgos de personalidad, facilitan las interacciones tribales y apartan al internauta de visiones diferentes (19). Otros argumentan que es inducida por estrategias de “Guerra Híbrida”, en base a técnicas diseñadas para dividir sociedades y dinamitarlas por ‘dentro’ mediante fake news, campañas mediáticas, guerras jurídicas (lawfare), golpes blandos (20). No faltan quienes ven la polarización como una instancia de la creciente intensidad y fervor religioso que numerosos los estudios registran en Occidente. Aunque las religiones puedan reforzar lazos comunitarios y prediquen el amor al prójimo, dicen, siempre fueron poderosos instrumentos de odio contra herejes e infieles, puesto que promueven interpretaciones moralizadoras de la política incompatibles con la convivencia democrática (21). Por sofisticados que puedan ser los artilugios ideológicos de la era digital, es difícil nadar contra la corriente de resultados y convencer a una ‘sociedad’ cada vez más desigual de que “estamos todos en el mismo barco” (22) o “empujamos todos para el mismo lado”.  La polarización política es el reflejo de la polarización económica (23). No es el ‘populismo’ lo que genera polarización, sino la polarización económica la que genera al ‘populismo’. Como es norma en América Latina, cada vez con más intensidad los representantes del poder económico occidental buscan conquistar apoyo entre los humildes apelando a enemigos ficticios, como inmigrantes ilegales o minorías sexuales y religiosas (24). Los indicios de guerras híbridas y las burbujas de internet tienen sesgos clasistas y están enfocados a la tradicional disputa por la apropiación de excedentes.  


Por otra parte, la alteración de los estados de ánimo puede tener a la desigualdad como denominador común. Un detallado estudio Richard Wilkinson y Kate Pikett muestran cómo las diferencias en niveles de ingreso en países desarrollados están asociadas con numerosas patologías sociales, desde la violencia urbana y el consumo de drogas hasta las enfermedades mentales. La sensación de exclusión en el consumo, la frustración de expectativas de ascenso social, así como la perseverante lucha por conservar el frágil estatus personal, son motivos de stress psicológico y fuentes de enfermedades. Pese a los mitos del emprendedorismo, varias sociedades de Occidente, en especial Estados Unidos, hoy presentan bajísimos niveles de movilidad social. Quien nació pobre seguramente morirá pobre. La correlación entre el ingreso parental y el desempeño individual es la más alta en décadas (25). Jack Goldstone apunta que en tiempos atravesados por graves crisis políticas y sociales no existen esferas de la acción humana ajenas a las mismas. A través de mecanismos de transmisión aún desconocidos, los colapsos políticos invariablemente coinciden con trastornos psiquiátricos, la multiplicación de episodios de locura colectiva, arrebatos religiosos y cruzadas espirituales de todo tipo (26).


¿Esto significa que el impulso a políticas distributivas debería reducir la polarización? Pues, no es tan sencillo… Como las recientes experiencias de América latina ponen en evidencia, las políticas re-distributivas pueden profundizar la polarización en lugar de atenuarla. Los rasgos típicos de la guerra híbrida, como sitios de internet extremistas, fake news y campañas moralizadoras con base religiosa, estuvieron a la orden del día en paralelo con la caída del índice GINI y mejoras en la distribución funcional. Imponerles a los propietarios determinadas condiciones distributivas no es un mero asunto técnico. Tampoco se trata de convencerlos con prédicas morales. Aquí viene el plato principal: una extensa literatura sugiere que las grandes amenazas han sido las fuerzas de selección de grupos más intensas en nuestra historia evolutiva. La primacía del grupo no suele imperar sobre el egoísmo individual cuando impera la serenidad. La amenaza constitucional que inauguró la igualitaria era de oro del capitalismo fue la Guerra Total (27). La masiva movilización provocada por segunda guerra mundial significó mayores impuestos para los más ricos y pleno empleo los más pobres. La posición negociadora del trabajo mejoró más aún en la postguerra porque la guerra fría, en especial la Unión Soviética, funcionaron como dispositivos disciplinadores de las clases propietarias. Para los países de la OCDE se registra una correlación negativa entre las revoluciones comunistas y la porción del ingreso apropiada por los percentiles más altos entre los años 1950 y 1990, estimada por la distancia en kilómetros de cada país a los eventos revolucionarios (28). “Si no colaboran pueden conversarlo con Stalin”, pudo haber dicho un sindicalista de aquellos tiempos. “No nos une el amor sino el espanto” habría comentado Borges.

A medida que la amenaza revolucionaria fue perdiendo brillo, en gran medida debido a sus efectos disuasivos sobre las democracias occidentales (29), la presión selectiva de grupo fue cediendo paso a presiones de escala menor con efectos centrífugos sobre la cohesión doméstica. Como en una suerte de inversión dialéctica, a medida que las guerras interestatales fueron cediendo lugar – al menos hasta la primavera árabe- las clases propietarias pasaron a la ofensiva interna. La puja distributiva y la inflación hicieron su parte debilitando sindicatos y coaliciones reformistas en escala planetaria, al tiempo que los incentivos económicos patrocinados desde el poder político apuntaban a la subcontratación, la huida hacia paraísos fiscales y la inversión en territorios de salarios y regulaciones menores (30). Occidente se refleja en el espejo de América Latina, espacio donde las presiones geopolíticas están ausentes. La región más pacífica del mundo desde finales del siglo XX, a juzgar por la cantidad e intensidad de los conflictos interestatales, es también la más desigual del planeta y rivaliza con África por el liderazgo en golpes de estado y tasas de homicidios. Los ejércitos de la región no combaten con otros ejércitos, lo hacen con la población civil y gobiernos democráticamente elegidos. Aunque la competencia de grupos allí sigue operando, lo hace en una escala inferior: como lucha de clases.  




Asia parece ser la región que va a contramano de la implosión estatal a causa de conflictos domésticos. Un breve vistazo a las estadísticas de contaminados y muertos por Covid-19 indica que los países asiáticos, en sintonía con la performance económica relativa de las últimas décadas, muestran resultados muy superiores a los occidentales. Aunque la pandemia comenzó en China, hoy se registran más muertes oficiales en la pequeña y desarrollada Suecia que en el inmenso dragón oriental. Se puede hacer la misma comparación entre Japón, Corea del Sur y Vietnam, por un lado, e Italia, Francia y Reino Unido por otro. ¿Por qué en Asia no se registran los mismos síntomas de disolución que en Occidente? Algunos señalan que la fortaleza asiática es la otra cara de la moneda de la anomia Occidental. La industrialización de aquella acarrearía la desindustrialización de ésta, con pérdidas de empleos y capacidades (31). Aunque este argumento sea parcialmente correcto, interpretamos que el impulso a la globalización y la subcontratación contaron con el apoyo entusiasta de autoridades occidentales desde la década de 1980, una forma de lidiar con obstáculos sindicales e inflacionarios, condición indispensable de la “gran moderación” (32).

Otros apuntan a los rasgos milenarios de la cultura asiática. Las civilizaciones que echan sus raíces en agriculturas de arroz de irrigación serían gregarias y colectivistas (33) a diferencia de aquellas fundadas en agriculturas extensivas de trigo o en la ilimitada frontera oeste de Estados Unidos, soporte material del infantilismo libertario (34). Aunque este argumento es atendible, sobre todo si se tiene en cuenta que una producción intensiva de cereales siempre fue condición indispensable para la construcción de Estados duraderos, entendemos que es incompleto (35). A estas lecturas les falta un componente esencial apuntado por la teoría de la selección de grupos: los Estados no se hacen fuertes y ni las sociedades cohesivas sustituyendo las presiones externas por la lucha de clases. El arroz de irrigación existía en Asia milenios antes del gigantesco colapso del continente, y de China en particular, en el siglo XIX, una civilización acorralada por invasiones extranjeras y una guerra civil que mutó a través de diferentes proyectos e ideologías desde la rebelión Taiping (1850-1964) hasta la Revolución Cultural (1966-1976) (36). Desde la ascensión europea que siguió a la revolución industrial, Asia fue el mayor escenario de destrucción y el espacio más codiciado por colonialistas reales o potenciales. Si se analiza, por ejemplo, la extraordinaria resistencia vietnamita al imperialismo desde esta perspectiva, no debería sorprendernos hoy la respuesta del país ante la pandemia. ¿Occidente precisa una gran amenaza ‘externa’ para conducir el conflicto de clases por carriles civilizados? ¿Se puede alcanzar una escala de cooperación superior sin atravesar por desafíos existenciales mayores?


Sobre los autores

Eduardo Crespo es Profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) y de la Universidad Nacional de Moreno.

Tiago Appel es Profesor de Unilasalle, Rio de Janeiro, Brasil.

Gonzalo Fernández es Politólogo por la Universidad de Buenos Aires. 


Notas

(1) Goldstone, Jack“Revolution and Rebellion in the Early Modern World: PopulationChange and State Breakdown in England, France, Turkey, andChina,1600-1850”; 25th Anniversary Edition, 2016 [1990]. 

(2) Wilson, Sloan “Does Altruism Exist?:Culture, Genes, and the Welfare of Others” Yale University Press,2015.

(3) Richard Wranham “TheGoodness Paradox: The Strange Relationship Between Virtue andViolence in Human Evolution” 

(4) https://www.xlsemanal.com/conocer/sociedad/20190511/richard-wrangham-homo-sapiens-evolucion-investigacion.html

(5) Dunbar, Robin“Grooming, Gossip and the Evolution of Language”, Harvard University Press, 1996.  

(6) Mauss, Marcel “Ensayo sobre el don Forma y función del intercambio en las sociedades arcaicas”. Katz Editores, 2012.

(7) Boehm, Christopher “Hierarchy in the Forest: The Evolution of Egalitarian Behavior” Harvard University Press, 2001.

(8) Carneiro, Robert, “A Theory of the Origin of the State”. Science. 169 (3947): 733–738, 1970.

(9) Goldstone, Jack. op. cit

(10) Harari, Yuval Noah “Sapiens. De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad”Debate, 2014.

(11) Johnson, Dominic “God is Watching you”. Oxford University Press, 2016.

(12) Jaspers, Karl “Origen y Meta de la Historia” Altaya, 1995.

(13) Darwin, Charles, “The Descent of Man, and Selection in Relation to Sex” (1st edición), London: John Murray, 1871.

(14) Wilson, Sloan op. cit.

(15) Turchin, Peter “Ages of Discord: A Structural-Demographic Analysis of American History” Baresta, 2016.

(16) https://www.bls.gov/lpc/prodybar.htm

(17) Emmanuel Saez y Gabriel Zucman Wealth Inequality in the United States since 1913. NBER WORKING PAPER SERIES, 2014. https://www.nber.org/papers/w20625

(18) https://www.washingtonpost.com/business/2019/10/16/us-now-taxes-wages-higher-rate-than-capital-fueling-income-inequality-study-finds/

(19) Pariser, Eli “The Filter Bubble: What The Internet Is Hiding From You”Viking, 2011.

(20) Leirner, Piero “Hybrid warfare in Brazil. The highest stage of the military insurgency” : Journal of Ethnographic Theory 10 (1): 41–49.

(21)  https://evolucionyneurociencias.blogspot.com/2019/10/los-peligros-de-la-moralidad.html

(22) Haidt, Jonathan The Righteous Mind: Why Good People Are Divided by Politics and Religion”. Pantheon, 2012.

(23) Putnam, Robert “The Upswing: How America Came Together a Century Ago and How We Can Do It Again”.  Simon & Schuster, 2020.

(24) Goldstone, jack y Turchin, Peter Welcome To The ‘Turbulent Twenties’. https://www.noemamag.com/welcome-to-the-turbulent-twenties/

(25) Richard Wilkinson y Kate Pikett “The Spirit Level Why Greater Equality Makes Societies Stronger” Bloomsbury, 2009.

(26) Goldstone, Jack, op. cit.

(27) Walter Scheidel“Inequality: Total war as a great leveller”, 2019. https://voxeu.org/article/inequality-total-war-great-leveller

(28) Anna & Leonardo Weller, 2018. “Was Cold War A Constraint To Income Inequality?”Anais do XLIV Encontro Nacional de Economia [Proceedings of the 44th Brazilian Economics Meeting] 94, ANPEC.

(29) Walter Scheidel “The Great Leveler: Violence and the History of Inequality from the Stone Age to the Twenty-First Century”. Princeton University Press, 2018.

(30) Richard Baldwin “Global supply chains: why they emerged, why they matter, and where they are going” En “Global value chains in a changing world” Editado por Deborah K. Elms and Patrick Low.

(31) Richard Baldwin, op. cit.

(32)  https://www.federalreserve.gov/BOARDDOCS/SPEECHES/2004/20040220/default.htm

(33) Bazzi, Samuel, Martin Fiszbein, and Mesay Gebresilasse “Rugged Individualism and Collective (In)action During the COVID-19 Pandemic”. http://www.bu.edu/econ/files/2020/08/BFG_Individualism_COVID.pdf

(34) Bazzi, Samuel, Martin Fiszbein, and Mesay Gebresilasse “Frontier Culture: The Roots and Persistence of “Rugged Individualism” in the United States”.

(35) Scott, James C. “Against the Grain: A Deep History of the Earliest States” Yale University Press, 2018.

(36) Spence, Jonathan. “The Search for Modern China”,  Norton & Company, 2001.


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