Vaca suelta o la incertidumbre política desde el piso peronista

OPINIÓN. Los resultados fueron más contundentes de lo esperado para muchos y entregan algunas señales.


En la previa a las elecciones del domingo pasado había una serie de hipótesis y sensaciones sobre esta atípica votación en tiempos de pandemia. Desde un fantasma de apatía y desinterés hasta el incremento del voto bronca o la sensación de que nada pasaría, nada cambiaría. Por otra parte, y de manera complementaria, sobrevolaba la discusión sobre la paternidad de la actual crisis, si todavía estaba cerca la vivencia del pésimo final del gobierno de Mauricio Macri o si la crisis pandémica podría ayudar a borrar ese recuerdo. Los resultados fueron más contundentes de lo esperado para muchos y entregan algunas señales.


Se le escapó la vaca al peronismo

Uno de los mensajes inequívocos de la elección es que el peronismo unido ya no vence ni en la provincia de Buenos Aires. La elección de 2019 quedó muy lejos. La pandemia centrifugó la diversidad interna y hoy la hipótesis más sólida parece ser que se vuelve a un escenario de tres tercios, uno peronista, uno cambiemita y uno volátil. Bajo esta máxima simple se pueden explicar los vaivenes electorales de los últimos años. La foto hoy se parece más a las elecciones legislativas de 2017 y son aquellos números los que se ponen en juego en la Cámara de Diputados de la Nación.

Si las elecciones del domingo repartieran bancas, Juntos por el Cambio repetiría la buena de elección de 2017, manteniendo las 61 bancas ganadas en aquella elección. Mientras que la sumatoria del Frente de Todos (que en 2017 jugó por separado) perdería nueve bancas a manos de partidos distritales, libertarios y de izquierda. Mientras que el escenario de la Cámara de Senadores, en la que se renuevan ocho provincias de la elección de 2015, el oficialismo perdería seis bancas y la oposición sumaría cinco, redefiniendo una cámara alta cercana al equilibrio (35 a 34 para el oficialismo, con tres bancas para partidos provinciales).

La caída del oficialismo, que respecto a 2019 es catastrófica, en relación a las PASO de 2017 no es tan pronunciada. Un pantallazo muestra que las elecciones en La Pampa, Córdoba y CABA, si bien fueron pésimas para el peronismo, muestran más similitudes que diferencias respecto a 2017. En la primera el espacio cambiemita superó por diez al peronismo, en torno a un cincuenta-cuarenta. En Córdoba sólo bajó el peronismo provincial cinco puntos y Junto por el Cambio subió dos, quedando el kirchnerismo en los mismos números. Y en CABA, los amarillos se mantienen en torno al cincuenta por ciento.

Distintos son los casos, por ejemplo, de Chaco, Chubut, Entre Ríos, y la “madre de todas las batallas”. La provincia de Buenos Aires fue el foco que eligió el gobierno para evaluar la gestión.  Ahí se bajó se superar el 50% con el peronismo unido a perforar el porcentaje sacado por Cristina Kirchner jugando en soledad. En aquel entonces Unidad Ciudadana sacó 35,6% y Massa un 16%, hoy, todos unidos, el 33,6%. Una sangría de votos histórica.


La marcha de la bronca

Una segunda hipótesis puede vincularse a un voto bronca generalizado. Había en la previa algunas voces que señalaban una sensación de anomia o de anti política que se expresaría en la baja participación o en el voto negativo. La participación en torno al 67% en una PASO legislativa en medio de una pandemia está levemente debajo de la media, pero no parece ser indicativo de anomia, y tampoco los votos en blanco, que estuvieron apenas sobre la media histórica. Lo que sí se observó es un voto bronca activo.

Un país sumergido en una crisis económica con final incierto se espejó en un debate sobre qué gobierno es peor, si lo fue el de Macri o el actual. La crisis producto de la pendemia, ¿exorcizó a Macri? Quizá en parte, pero su participación personal se asoció a derrotas en las internas de Córdoba y Santa Fe.

Las excelentes elecciones de Facundo Manes en Buenos Aires, de Javier Milei y Ricardo López Murphy en CABA, de Carolina Losada en Santa Fe y de la izquierda en todo el país son algunas respuestas a la discusión sobre la crisis. No se destacó la anomia, sino la bronca a las dirigencias tradicionales y la búsqueda de nuevas representaciones. La crisis política es absorbida por la rearticulación del sistema, con la incorporación de los outsiders.

Quien logró capear la tormenta, sin lugar a dudas, es el Jefe de Gobierno de la Ciudad, Horacio Rodríguez Larreta. Su enroque de dirigentes y territorios no tuvo un buen resultado. Vidal apenas alcanzó el tercio de los votos y Santilli arañó el 22 por ciento. Sin embargo, la apertura de las listas, la gran cantidad de internas le permitió salir indemne del descontento y hasta le da la posibilidad de articularlo para su plan presidencial. Esta estrategia acertada –tercera hipótesis- le permite calzarse el aura de la renovación, de la esperanza y desdibujar la performance general de sus principales candidatos. Lo que deberá decodificar es qué se expresó dentro de Juntos por el Cambio y cómo se rearticuló el poder interno de la coalición. En capital deberá contener una expresión política que se le abre a la derecha, en la provincia de Buenos Aires deberá pensar qué representa el voto Manes. La falta de contundencia de sus delfines reabre las aspiraciones de cara al 2023 para dirigentes como Patricia Bullrich y espacios como la UCR que, por primera vez desde el 2001, tiene en sus filas a figuras presidenciables.


Alberto Acorralandez

Es un cachetazo a mano limpia para el gobierno. Perdió mucho capital político. La unidad del peronismo amplio ya no es garantía y se parece más a una asamblea universitaria. Se perdió la oportunidad de discutir el pésimo gobierno de Macri. Hoy, bajo el ala de Larreta la oposición puede borrar algo de su pasado condenatorio.

Esta elección que intentó abroquelar el espacio peronista parece que sólo potenciará la disputa interna. ¿Moderación o radicalización? ¿Mostrar la diversidad para ampliar la oferta como hizo la oposición e imaginar una PASO 2023 o cerrar filas de una vez por todas? El panorama político está repleto de dudas.

Justo cuando en el plano económico se avizoraba una salida de la pandemia. El día 100 del que intentó hablar el presidente, pero que sus errores taparon. La crisis pandémica se llevó puestos a varios gobiernos en el mundo. Quizá éste tenga el beneficio de dirigir la pos-pandemia y las expectativas que genere, pero es mucho lo que se perdió y, si bien el balance de la gestión sanitaria puede ser positivo, las consecuencias económicas profundizaron la derrota de los trabajadores y las trabajadoras que ya venía del gobierno anterior. Hoy el jefe de la oposición y las cámaras empresariales quieren discutir el fin de las indemnizaciones.

Estamos en el piso, tanto político como económico. En esto radica la complejidad, pero también la oportunidad para la recuperación. Una vuelta a la vieja normalidad puede parecerse al escenario pos 2001, donde el crecimiento a tasas chinas definió un escenario donde todos ganaban. Pero ese escenario tuvo a un Néstor Kirchner que desde la debilidad política supo plantear las discusiones correctas y ganar autoridad en la acción política.

A este gobierno todavía le falta saldar algunos debates que le permitan dejar de titubear y pensar en la agenda social de forma inteligente y firme. Otro espejo: la salida de la derrota en las legislativas de 2009. ¿El salario básico universal será la nueva AUH? ¿Un plan de obras ambicioso que reactive las economías regionales? ¿Una reforma impositiva? Sobran ejemplos de salidas de laberintos por arriba. Lo que le falta a este gobierno es mostrar que tiene la capacidad para hacerlo.


Sobre el autor 

Lucio Fernández Mouján es lic. en Ciencia Política y candidato a doctor en Ciencias Sociales. Miembro de Observatorio de Protesta Social, CITRA-UMET

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